¡El animal no cabía en sí de gozo! Extendió
las alas y, entre aplausos, se paseó estirando el cuello para que pudieran
admirarle bien.
Segundos después, un periquito chiquitín y muy
espabilado dio unos saltitos y se posó en los pies de la Madre Naturaleza.
– ¡Me toca a mí! ¡Me toca mí!
La Madre Naturaleza se rio con ternura.
– ¡Ja, ja, ja! Tranquilo, pequeño. Te escucho.
El periquito estaba muy excitado y empezó a hablar
atropelladamente.
– ¡Yo quisiera ser azul como el cielo! ¡¡Y tener la
cabecita y el cuello blancos como las nubes!
– ¡Fantástico! ¡Muy buena elección!
La Madre Naturaleza escogió un tono tirando a añil,
y como el periquito era poquita cosa, terminó en un santiamén. El pajarillo se
encontró guapísimo y se pavoneó de aquí para allá ante un público rendido a sus
pies.
Después del periquito, le tocó al pavo real.
– ¡A mí me resulta muy difícil escoger porque me
encantan todos los colores! ¿Qué tal un poco de cada uno?
– ¡No es fácil lo que pides, pero me parece
estupendo! Quédate bien quieto que este va a ser un trabajo
laborioso y necesito concentración.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario