El anciano le miró fijamente.
– ¿Y por qué no eres feliz? Eres un chico guapo, estás sano, y gracias a tu trabajo en el campo siempre tienes comida que llevarte a la boca ¿No te parecen suficientes motivos para sentirte dichoso?
El campesino, con los ojos llorosos, se sinceró.
– ¡Mire qué pinta tengo! Mi ropa es vieja y a pesar de que trabajo quince horas diarias sólo puedo permitirme comer pan, sopa y con suerte, carne un par de veces al mes ¡Mi sueño es convertirme en un hombre rico para disfrutar de las cosas buenas de la vida!
El viejo le preguntó con curiosidad.
– ¿Y cuáles son para ti las cosas buenas de la vida?
Al joven se le iluminó la cara.
– ¡Pues está muy claro! Tener dinero para vestir como un señor, comprarme una bonita casa y comer lo que me apetezca, pero por desgracia, los sueños nunca se hacen realidad.
Nada más pronunciar estas palabras, el campesino, como por arte de magia, se quedó profundamente dormido. El anciano, sin hacer ruido, sacó una almohada de su saco y se la colocó bajo la cabeza para que estuviera más cómodo.
Mientras escuchaba los ronquidos, susurró:
– ¡Esta almohada hará realidad todos tus deseos!
¡Y es que la almohada no era una almohada normal! No era blanda ni estaba cosida por los lados como todas, sino que era de porcelana y tenía forma de tubo abierto por los lados.
El chico, apoyado plácidamente sobre ella, comenzó a tener un sueño maravilloso.
¿Quieres saber qué soñó?…
Soñó que era el propietario de una elegante casa por la que pululaban un montón de sirvientes, todos a su disposición; por supuesto, iba ataviado con ropa elegante porque ya no era un simple campesino sino un hombre sabio experto en leyes ¡Tenía una vida maravillosa, la que siempre había querido!
El sueño fue muy largo y lo vivió como si fuera absolutamente real. Tan largo fue que hasta pasó el tiempo y conoció a una mujer bellísima de la que se enamoró perdidamente. Por suerte fue correspondido, se casaron y tuvieron cuatro hijos.
Su vida era increíble, pero se convirtió en perfecta cuando el rey en persona le nombró su consejero principal. Empezó a rodearse de gente importante que se pasaba el día haciéndole la pelota y obsequiándole con fabulosos regalos ¡Ahora sí que había conseguido todo y se consideraba el tipo más afortunado de la tierra!
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