La Madre Naturaleza acudió al bosque y les recibió
a la hora convenida. Al principio fue complicado que reinara el silencio porque
había un tremendo alboroto, pero cuando por fin dejaron de piar, graznar,
gorjear y silbar, la Madre Naturaleza habló.
– ¡Por favor, silencio! Me habéis llamado porque
estáis disgustados con vuestro color. A mí me parece que el tono madera que
lucís es precioso, pero si no vosotros no estáis conformes, vamos a intentar
solucionarlo. Os llamaré uno por uno y os ruego que respetéis el turno ¿De
acuerdo?… ¡A ver, urraca, acércate a mí! Tú serás la primera en hacer tu
petición.
La urraca se acercó lo más deprisa que pudo.
– Verá usted, señora… Yo había pensado cambiar el
marrón por un negro bien brillante, salpicado con unas cuantas plumas blancas
en el pecho ¿Qué le parece?
– ¡Sin duda has tenido una idea muy acertada!
¡Vamos allá!
La Madre Naturaleza cogió el pincel más fino que
tenía, una paleta con infinitos colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta
que quedó perfecto.
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