Cuando sintió pronunciar su nombre desde la mampara, al otro lado del pasillo, volvió la cabeza y buscó lentamente con su mirada para ver quién podría ser. Era ella y lucía radiante. Ambos se miraron y tímidamente sonrieron. Se saludaron con la cortesía y protocolo que los caracteriza.
Conversaron y al cabo de pocos minutos, él se dio cuenta de lo especial en que se transformaba este encuentro. Había calidez en las palabras que ella pronunciaba, así como claridad en la situación que estaba viviendo. Fue una charla agradable. Lo suficiente para sentirse bien.
Luego de un rato ella manifestó:
- “Ya es hora que deba regresar…” –levantándose de la silla que estaba frente a él.
- “Claro, te deben estar esperando” – respondió sin dejar de mirarla.
Estaban frente a frente, él se acercó y le regaló un abrazo. Ella lo aceptó de inmediato. Si pudiesemos otorgar un nombre a ese abrazo sería “honestidad”. Fue sincero y cálido. Duró 5 segundos exactos. Nada más. Pero era suficiente para ellos, al menos por ahora.
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