– ¡Buenas tardes! Mi esposa y yo venimos caminando desde muy lejos atravesando las montañas. Estamos sedientos y agotados ¿Serían tan amables de acogernos en su hogar para poder descansar y rellenar nuestro cántaro de agua?
El dueño de la finca, con voz muy desagradable, dijo a la sirvienta:
– ¡Echa a estos dos de nuestras tierras y si es necesario suelta a los perros! ¡No quiero intrusos merodeando por mis propiedades!
Su esposa y sus tres hijos tampoco sintieron compasión por la pareja. Muy altivos y sin decir ni una palabra, dieron media vuelta, entraron en la casa, y el padre cerró la puerta a cal y canto. Tan sólo la sirvienta se quedó afuera mirando sus caritas apenadas.
– No se preocupen, señores. Vengan conmigo que yo les daré cobijo por esta noche.
A escondidas les llevó al granero para que al menos pudieran dormir sobre un lecho de heno mullido y caliente durante unas horas. Después salió con cautela y al ratito regresó con algo de comida y agua fresca.
– Aquí tienen pan, queso y algo de carne asada. Lo siento pero es todo lo que he podido conseguir.
La anciana se emocionó.
– ¡Ay, muchas gracias por todo! ¡Eres un ángel!
– No, señora, es lo menos que puedo hacer. Ahora debo irme o me echarán de menos en la casa. A medianoche vendré a ver qué tal se encuentran.
La muchacha dejó al matrimonio acomodado y regresó a sus quehaceres domésticos.
La luna llena ya estaba altísima en el cielo cuando se escabulló de nuevo para preguntarles si necesitaban algo más. Sigilosamente, entró en el establo.
– ¿Qué tal se encuentran? ¿Se sienten cómodos? ¿Puedo ofrecerles alguna otra cosa?
La anciana respondió con una sonrisa.
– Gracias a tu valentía y generosidad hemos podido comer y descansar un buen rato. No necesitamos nada más.
El viejecito también le sonrió y se mostró muy agradecido.
– Has sido muy amable, muchacha, muchas gracias.
De repente, su cara se tornó muy seria.
– Ahora escucha atentamente lo que te voy a decir: debes huir porque antes del amanecer va a ocurrir una desgracia como castigo a esta familia déspota y cruel. Coge tus cosas y búscate otro lugar para vivir ¡Venga, date prisa!
– ¿Cómo dice?…
– ¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Confía en mí y sal de aquí lo antes posible!
La chica no dijo nada más y se largó corriendo del establo. Entró en la casa sin hacer ruido, metió en la maleta sus pocas pertenencias, y salió por la parte de atrás tan rápido como fue capaz. Mientras, los ancianos salieron de granero, retomaron su camino y también se alejaron de allí para siempre.
Faltaban unos minutos para el amanecer cuando unos extraños sonidos despertaron al dueño de la casa y al resto de su familia. Los pájaros chillaban, los caballos relinchaban como locos y las vacas mugían como si se avecinara el fin del mundo.
El padre saltó de la cama y gritó:
– ¡¿Pero qué escándalo es éste?! ¡¿Qué demonios pasa con los animales?!
Todavía no había comprendido nada cuando, a través del ventanal, vio una enorme masa de agua que surgía de la nada y empezaba a inundar su casa.
Invadido por el pánico apremió a su familia: