Él
se moría por volver a rozar sus dulces labios, por volverla abrazar nuevamente,
o por lo menos poder dirigirle una palabra, pero no podía, estaba condenado por
toda su eternidad a vivir así, no había vuelta atrás, tal vez el destino así lo
quería, o tal vez él así lo había decidido.
Ambos
muriendo de amor y con personas equivocadas a sus lados, solo les quedaba una
salida, y era la única, olvidarse, no recordar más, tratar de ser feliz sin
mirar el pasado, ignorándose día a día, y tratándose como dos desconocidos,
viendo como su amiga lo hacía Feliz a él y como a ella la hacía Feliz otro
joven. Ese era su destino y no quedaba nada más que aceptarlo.
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